viernes, octubre 05, 2007

Prestando Oreja

El otro día fui a una comida en la casa de un amigo. Algo privé; éramos cuatro mujeres y cinco hombres. Mis amigos son muy viajados, intelectuales y creativos, eso me atrae de ellos y lo comparto humildemente. Me gusta la gente apasionada, con pensamiento propio sobre cuestiones trascendentales, además de culta. Por eso esa noche no dudé en salir de mi claustro y dirigirme a las afueras de la ciudad, pasado las nueve de la noche para encontrarme con ellos.

En un comienzo se habló mucho rato de aeropuertos, de cómo han cambiado las condiciones de los viajeros, de las humillaciones por las que se tiene que pasar de trasbordo en trasbordo en pleno siglo XXI, etc. Luego comenzamos a detenernos en algunas interesantísimas experiencias personales; Felipe había viajado al Tibet hace poco, Juan había hecho el Transiberiano desde Vladivostock a Novosibirsk, como tributo a Cendrars, Diego había recorrido Vietman, Martín un periplo por la África profunda, en fin, realmente no había forma de empatar con mis sencillas historias personales y no tenía la más mínima intención de hacerlo tampoco. Estaba feliz escuchando, sólo que de pronto noté, eso sí, que se pasaban la palabra unos a otros y las mujeres guardábamos un respetuoso silencio. No nos preguntaron nada y ninguna interrumpió lo que parecía una extraordinaria bitácora de viaje, más tirado a currículo geográfico que a género literario.

Iban in creccendo, los monólogos comenzaron a pillarse unos con otros, las historias no terminaban cuando ya aparecía otra más interesante, más divertida y por supuesto, en un volumen de voz más alto. Yo realmente disfrutaba esos cuentos, o mejor dicho a esos cuentistas arrebatados y con ganas de lucirse, que además, lo lograban.

Finalmente dieron las tres de la mañana y comenzaron a cansarse, la noche terminaba y yo tenía la impresión de haber sido totalmente transparente. Sin embargo, esa noche tenía la energía para entablar una conversación, un diálogo, había salido de mi encierro voluntario después de una lectura vertical a Giorgio Agamben que es una verdadera ducha fría para despertar los sentidos y que me había arrojado al mundo de la conciencia en plena actualidad caótica.
Pero esa noche el horno no estaba para bollos. Confirmo lo entretenido que es leer un best seller, eso sí corto, o un artículo mediático en donde cada frase brilla y está ahí para brillar y decir que brilla.

1 Comentarios:

Blogger Hugo del Castillo dijo...

Detrás de estos estupendos escritos se anida un alma bella, hambrienta de palabras, sabia de juicios, respetuosa hasta el sacrificio. pero a la vez crítica, que no tranza con el torrente de la comodidad carece de ética.

Gracias Gabriela por este bello regalo de poder entrar, a través de tus palabras, en ese pequeño gran mundo que habitas.

a continuación te envío (con mucha humildad) uno de mis escritos.

Hugo




Mi deuda con un Salvador

Cuando era muy joven, y este Chile era distinto, cuando no evaluábamos a las personas por la marca o el tamaño de su 4X4, o por su cargo en una empresa o si vivía en la Juan Antonio Ríos o en Providencia. Me tocó vivir una época en que la utopías eran nuestro propósito de ser. Un Político, un líder de los desterrados en su propia tierra, por la fortuna, la justicia o incluso el color de su piel. Surgió mágicamente en una reñida elección.

Salvador Allende fue aquello que nos hizo sentir que la equidad y la justicia social iban a ser lo que primaría en la conciencia colectiva. Eramos utópicos, no entendíamos el poder de las garras del “Aguila del Norte” del continente y creíamos fielmente en que nuestro país iría paso a paso avanzando en aquello que Toro Sentado, Gandhi y Mandela ambicionaron.

Lo repito éramos jóvenes, carecíamos de la sabiduría que dan los años, sólo contábamos con, el volcán de nuestra testosterona, y la transparencia de alma de los seres no contaminados. Nuestro presidente encarnaba en si, la esperanza de un pueblo marginado en oportunidades, asesinado en el norte salitrero y en un lluvioso Puerto Montt, por aquellas instituciones que de acuerdo a la constitución vigente, debían velar por su seguridad.

Pero éramos sólo los jóvenes los ilusos, no contábamos con la codicia de los dirigentes de los partidos que llevaron al poder a nuestro Salvador. Ni con el egoísmo del empresariado ni la capacidad de traición de aquellos que con orgullo veíamos desde niños desfilar desde el entonces Parque Cousiño. cedido o mejor, “devuelto por una familia enriquecida con el sudor y la sangre de los obreros del Lota de Baldomero.

Pero tepito éramos jóvenes, no entendíamos la diferencia de Chile con la isla de Fidel, con el petróleo de Chávez ni con el tamaño de la china de Mao. No se nos pasaba por la cabeza que los grandes empresarios ya tenían un “plan estratégico urdido en las oficinas de Henry Kisinger”, para barrer con sangre las ilusas utopías de una generación que sólo creía en la bondad y en la equidad de las personas.

Lo pagamos caro, demasiado caro para muchos de mis amigos y los jóvenes de mi generación. Nuestros dirigentes, se escondieron, se exiliaron, cuando el águila apretó sus garras y una vez más como diría el “amado Pablo”, ¡los militares traicionaron a nuestro pueblo!.

Yo que un año antes había abandonado desilusionado por la dirigencia, las filas de aquella unidad ciudadana, no viví la misma suerte que muchos de mis compatriotas. Y aún ahora me pregunto ¿me salvé o me condené a llevar el estigma de seguir con vida?, no lo se, sólo recuerdo que al oír el último discurso de nuestro “Salvador” juré por mi alma condenada, que mi descendencia, recibiría de mi boca seca por la angustia, la verdad de aquel amargo día, que utópicamente se volvió contra el águila asesina en un día de martirio treinta años después

Es por eso que quiero dejar en estas pobres líneas mi homenaje, mi tristeza, el dolor de mi generación asesinada e incomprendida, a aquel Salvador que nutrió de esperanzas tres años de aquellas, nuestras hermosas utopías.
H.

8:05 a. m.  

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