jueves, julio 09, 2009

Bola de Nieve

Era el regalón de Marta, lo había comprado para sus niños en una tienda de mascotas hace tres años y cada mañana, disfrutaba mirando a su conejo dando saltos por el jardín hasta que, sin aguantar más, salía a tomarlo en brazos. Bola de Nieve -en honor al cantante cubano; un hombre triste que cantaba canciones alegres- deambulaba libremente por el barrio mientras los niños hacían turno para jugar con él.
Los Sotomayor eran los vecinos recién llegados y tenían un enorme pastor alemán. Rex se llamaba y aunque tuvo unas cuantas veces al conejo en sus fauces, Marta se había encargado de salvarle la vida. Salía corriendo y golpeaba al perro con lo que encontraba hasta alejarlo. Un día decidió ir a hablar con los vecinos y les advirtió que si algo le pasaba a Bola de Nieve, tendrían problemas. Rex durante unos días estuvo amarrado, pero cuando los ánimos se calmaron, todo volvió a ser como antes.
Una noche Rex no paraba de ladrar, estaba cada vez más eufórico y los vecinos comenzaban a encender luces. Finalmente su dueño decidió ir a ver qué pasaba. Abrió la puerta del patio y encontró a Rex con Bola de Nieve en el hocico; estaba todo embarrado enganchado de sus colmillos. Rex exudaba orgullo de cazador y lo zamarreaba de vez en cuando.
Con horror le quitó a Bola de Nieve como pudo, y con la ayuda de su mujer, lo metieron en la tina y comenzaron a limpiarlo. El conejo estaba muerto, sin embargo detrás del barro aparecía la espectacular angora blanca. El secador de pelo hizo el resto. Terminado el trabajo, los Sotomayor entraron sigilosamente al jardín de Marta; metieron a Bola de Nieve en su jaula y salvaron el pellejo.
Al día siguiente, prefirieron pensar que todo seguía igual y al salir dieron órdenes a Rex de portarse bien con Bola de Nieve, mientras él movía la cola. Cuando esa tarde volvieron, Marta salió a su encuentro, se veía desencajada. De inmediato supieron la razón y exageraron el interés para disimular. Marta no tenía consuelo. Hace dos días Bola de Nieve había amanecido muerto, ella se inclinaba por un infarto, sabía que estaba gordo, pero también podía ser un envenenamiento. Con su marido y los niños lo habían tomado y lo habían enterrado en un rincón del jardín después de una pequeña ceremonia. Una triste historia. Tremenda, afirmaron boquiabiertos los Sotomayor. Pero lo más tremendo, decía Marta, es que hoy Bola de Nieve amaneció en su jaula, más lindo que nunca, insistía, aunque muerto, muerto sin remedio.

martes, julio 07, 2009

¿Cómo fue que nos llevaron a las ciudades?

    Somos tantos desde que vivimos aquí en las ciudades. Ahora debemos inventarnos una identidad para no fundirnos con los otros, para ser alguien y no perdernos en el mar humano de la metrópolis. Necesitamos referentes de nosotros mismos, robarles a otros para construirnos una plataforma desde donde actuar, ser. Nos sentimos inseguros inmersos en este mar porque en él somos nadie, o todos. Esta inseguridad nos impele a reforzar nuestra identidad cada día más, a construir una estructura que nos de forma y nombre, que nos proteja y que se destaque, porque es este destacarse lo que nos asegura trabajo, sustento. Esto pasa en las ciudades, en las grandes aglomeraciones donde el vértigo acecha con borrarnos del mapa, excluirnos de nosotros mismos. Es en este vértice de nuestra historia evolutiva en donde se produce el disparo de la necesidad de identidad, concluyendo en una sobre producción de identidad o ego desmedido. Ya nadie es comunidad, equipo o humanidad. Es decir, lo que partió de una inseguridad de ser, se transforma, por un proceso metastásico, en sobrevaloración de la identidad. Así existen cada vez más personajes narcisos y egocéntricos transitando nuestras calles, atravesándose en el camino, haciéndonos perder el tiempo. Todos quieren reivindicarse, ser alguien apuntalado con un profuso anecdotario, lleno de otros nombres y de otros y de otros, fijando esas circunstancias en la vida del que escucha, pero no importa.

    Como si no bastara con existir. La ansiedad inmanente como estructura de vida. Muchos sufren de esta mutación, son las víctimas opacas del sistema que alimentamos a diario aquí en la ciudad.


En el trópico de la escasez, ningún negocio supera al viento.