miércoles, enero 16, 2008

Literatura.

Una comida sólo para mujeres puede ser bastante interesante si el objetivo es hablar de temas de los que no es conveniente hablar frente a hombres. O simplemente para no sentir la presión de la seducción, o como un acto de liberación independentista, qué se yo, me sonó bien aunque confieso que renunciaba a la posibilidad de encontrar un guapo desconocido en mi viernes de juerga. Éramos seis chicas que bordeaban los cuarenta; regio cocktail, regio sushi, vino y ricos postres. Quizá, demasiado perfect.

Una de ellas psicóloga -por supuesto- pensé, no podía faltar. Otra hacía joyas, otra era especialista en Shakespeare, otra tenía un centro de yoga en Pucón y todas, menos yo, habían sido compañeras entrañables del mismo colegio, de esos que forman las colonias de emigrantes y también ricos y nuevos ricos identificados con esas colonias. Un ghetto privado de impenetrable acceso, además de un religionato con dogmas, cánticos y todo, verdaderos disparadores de emociones a la hora de congregar a sus discípulos donde quiera que se encuentren, que ni con el pasar de los años cambian, más bien se perfeccionan y se perpetúan. Lo divertido es que, al igual que yo, ellas también habían salido hace casi treinta años del colegio, por lo que tal apego me pareció una impresionante muestra de la penetración del paganismo.

Aunque no compartía ninguna de sus anécdotas, escuché atenta y entregada la amena conversación, tenía la secreta ilusión de encontrar algún indicio de contemporaneidad del que poder agarrarme y entablar por fin un diálogo. Imposible. Parecía un fantasma, a lo sumo una oreja atenta a una interminable anécdota, a veces divertida, otras para nada. Me acordé de Vila Matas, el escritor español que se sube los transportes públicos de Barcelona para escuchar conversaciones y correr a su casa a escribir lo que se le ocurra. También da seminarios en los que sostiene que se puede hacer literatura de cualquier cosa. La idea es buena, pero, guardando toda distancia con Vila Matas, no sé adónde voy con este registro de la comida de cinco mujeres cuarentonas.

No me parece demasiado interesante… ¿deberé correr a tomar una micro?

Pienso en las chicas y de cómo hacer que este relato tenga sentido. Se me hace patente hablar desde el impacto; vidas llenas de soluciones que se estresan con decisiones frívolas, que se apegan a una institución educacional, a una clase social -como garrapatas a las orejas de un perro- que el hecho de que “la cosa sea mezclada”, descompone sus existencias al punto de que son capaces de formar una secta, de militar la pertenencia, o de rezar para que eso jamás suceda. Es probable que incluso exageren sus privilegios para que nadie se vaya a confundir o se dediquen a la caridad para que no se diga.

Y de vez en cuando personas comunes y corrientes como yo, se tragan ese despliegue de consignas y retrospectivas de inventario presa de la hegemonía de otros. Y a
hora que lo voy escribiendo se me va alargando el pensamiento, estirando el entusiasmo racional y me voy creyendo toda una sindicalista o proletaria, tal vez un poco amargada de todas maneras anacrónica, pero visionaria y también desilusionada... aunque debo decir que cuando estaba ahí, sólo sentí cierto inconformismo sutil, solapado y pasajero que de no haber escrito hoy, habría pasado piola.

En el trópico de la escasez, ningún negocio supera al viento.