viernes, octubre 05, 2007

Chile Works

La Perfección de Chileworks, y más aún la de los trainers, en esencia chicos buenos, extremadamente polite, esa clase de sujetos capaces de olvidar por completo sus pasiones y encausar rápidamente esas catedrales naturales, en pos de lo que debe ser. Moralmente plantillados, de una ética piadosa y homogénea. A esos chicos se les nota de lejos el entrenamiento, saben qué decir en todo momento versus ser absolutamente modernos. Si a eso se le agrega una tradición aristocrática, tenemos una mezcla poco recomendable si uno es todo lo contrario. Errática, insegura, dominada por las emociones, y con gran capacidad de discernir qué importa y qué no. Altruista y honesta sobretodo.

Lo que más incomoda de los chicos entrenados por Chileworks es esa bondad, esa sonrisa -a todas luces plantificada- con la que andan por la vida. Extremadamente seguros de si mismos, sin fisuras. Sus pasiones parecen no traspasar la capa más superficial de la epidermis, ni la de ellos ni la de nadie. Como un andrógino mitad hombre mitad perfección.

Son reflexivos hasta el primer estadio. La locura, lo espontáneo, lo errático, lo auténticamente irreflexivo, eso que es particular de cada cual -esos demonios que llevamos dentro- fueron anulados del mate, extirpados. Este es el gran resultado, la razón por la que pagaron lo que pagaron. Una lobotomía terapéutica alópata.

Lo bueno es que funciona, los chileworkspeoples están mejor preparados para relacionarse en empresas o con su grupo de pares. Me pregunto si alguna de las miles de personas a las que saludan a diario estos chicos y chicas les toca el alma, les conmueve, les mueve alguna fibra. Eso no lo se porque aunque podamos preguntárselos, estoy segura que la respuesta vendrá envasada y no de las vísceras como me gusta a mi.

Prestando Oreja

El otro día fui a una comida en la casa de un amigo. Algo privé; éramos cuatro mujeres y cinco hombres. Mis amigos son muy viajados, intelectuales y creativos, eso me atrae de ellos y lo comparto humildemente. Me gusta la gente apasionada, con pensamiento propio sobre cuestiones trascendentales, además de culta. Por eso esa noche no dudé en salir de mi claustro y dirigirme a las afueras de la ciudad, pasado las nueve de la noche para encontrarme con ellos.

En un comienzo se habló mucho rato de aeropuertos, de cómo han cambiado las condiciones de los viajeros, de las humillaciones por las que se tiene que pasar de trasbordo en trasbordo en pleno siglo XXI, etc. Luego comenzamos a detenernos en algunas interesantísimas experiencias personales; Felipe había viajado al Tibet hace poco, Juan había hecho el Transiberiano desde Vladivostock a Novosibirsk, como tributo a Cendrars, Diego había recorrido Vietman, Martín un periplo por la África profunda, en fin, realmente no había forma de empatar con mis sencillas historias personales y no tenía la más mínima intención de hacerlo tampoco. Estaba feliz escuchando, sólo que de pronto noté, eso sí, que se pasaban la palabra unos a otros y las mujeres guardábamos un respetuoso silencio. No nos preguntaron nada y ninguna interrumpió lo que parecía una extraordinaria bitácora de viaje, más tirado a currículo geográfico que a género literario.

Iban in creccendo, los monólogos comenzaron a pillarse unos con otros, las historias no terminaban cuando ya aparecía otra más interesante, más divertida y por supuesto, en un volumen de voz más alto. Yo realmente disfrutaba esos cuentos, o mejor dicho a esos cuentistas arrebatados y con ganas de lucirse, que además, lo lograban.

Finalmente dieron las tres de la mañana y comenzaron a cansarse, la noche terminaba y yo tenía la impresión de haber sido totalmente transparente. Sin embargo, esa noche tenía la energía para entablar una conversación, un diálogo, había salido de mi encierro voluntario después de una lectura vertical a Giorgio Agamben que es una verdadera ducha fría para despertar los sentidos y que me había arrojado al mundo de la conciencia en plena actualidad caótica.
Pero esa noche el horno no estaba para bollos. Confirmo lo entretenido que es leer un best seller, eso sí corto, o un artículo mediático en donde cada frase brilla y está ahí para brillar y decir que brilla.

En el trópico de la escasez, ningún negocio supera al viento.